Más allá de la imagen icónica del cerezo japonés, esta pintura explora la intimidad de la flor individual. Los pétalos del sakura revelan un gradiente sutil de blancos, rosas, lilas y grises azulados que solo se descubre en la observación cercana. El contraste con las hojas rojizas, que se transforman casi en morado, añade profundidad y carácter. Una invitación a detenerse y mirar con atención lo que habitualmente se pierde en la distancia. Óleo inspirado en la temporada de cerezos en Ueno e Inokashira, Tokio.
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